La noche del domingo 3 de
noviembre de 1895, era fría, la niebla lo envolvía todo como un manto blanco,
que disimulaba la ciudad de Londres. En una estrecha calle del Soho, el joven
Terrence Adams de 28 años, vestido con su traje gris, y arropado con su gabardina
negra, leía el periódico una y otra vez “Marcus Adams, pintor, sexta persona
desaparecida en 15 días” no podía creerlo, se lo había dicho, volvía a haber
asesinatos en el East End, debería haberse mudado con él a una zona respetable,
pero ahora su amigo había muerto, y eso no era lo peor. El periódico seguía-“Las
autoridades han encontrado otro cadáver mutilado, en pleno Hyde Park, esta vez
el de una joven de 23 años, Marie Shepard, soltera, y secretaria. Su cuerpo
presentaba los mismos mordiscos que las demás víctimas, y al igual que estas le
faltaba el corazón, los forenses coinciden en que post-mortem. En la escena se
han encontrado los símbolos, aún sin identificar, que se presenciaban en el
resto de escenas de los crímenes. Parece, que el Asesino o asesinos, ya no se
limita al East End, todo Londres puede estar en Peligro”
-Peligro- lo dijo con un
hilo de voz, no podía ser verdad, aquello no estaba pasando, la palabra seguía
en su mente, , como un puñal que se retuerce,
hasta que de súbito, lo oyó. Un ligero golpe, se dio la vuelta con violencia,
nada, no había nadie, la pedregosa calle, con los edificios de ladrillo rojo
oscuro, todo con la quietud que solo se consigue una noche de niebla. A lo
lejos se distinguía la luz de un farol…otro golpe detrás
-¿Quién anda hay?...-su voz
sonó ronca, atragantado con la bilis, tenía el pecho entumecido, y el resto del
cuerpo paralizado, quizá fuese el frío, quizá el miedo. Sentía como la
oscuridad se cernía sobre él, como una fiera al acecho. Si previo aviso de la
calle de al lado apareció una figura a la carrera, con un farol en la mano, era
una chica
-¡Aparta!- Le grito mientras
le esquivaba, -Corre si quieres vivir- y siguió su camino, Terrence se quedó
quieto, un tiempo que le pareció un año, pero que solo fue un segundo, y echó a
correr, siguiendo la luz. No estaba en ml forma, pero no era un gran corredor,
aun así, su calzado era más apropiado que el de la joven, y no tardo en
alcanzarla.
-¿Qué pasa? Preguntó
jadeante-¿Quién eres?, ¿Qué está pasando?-Por contestación la muchacha le
agarró del brazo, y tiró de él hacia la puerta de lo que parecía un almacén
Penetraron
por la puerta, la mujer se dio la vuelta y cerró la puerta de golpe, y echo los
tres cerrojos de los que disponía. Justo después un estruendoso golpe hizo
estremecer la puerta y los muros que la rodeaban, hasta tres veces más los
golpes parecían furiosos y aunque la puerta era de metal macizo y las clavijas
sólidas estuvieron a punto de caer.
Entonces los golpes cesaron. Solo en ese
momento Terrence se percató de del
silencio de la estancia, un pasillo que descendía, oscuro como si bajase al
mismo inframundo, un quietud casi artificial, y un frio que encogía el corazón,
y un olor a podrido que le revolvía el estómago. La chica estaba a su lado,
jadeante, no debía ser mayor de veinte años, de pelo castaño alborotado,
recogido en una pequeña coleta, de tez pálida, delgada, vestía ropa sencilla,
de la que destacaba una chaquetilla de lana basta color rojo.
Terrence
no podía creerlo, “esto no está pasando” pensó
-¿Quién
eres? ¿Qué está pasando? ¡¿Quién estaba golpeando?!
-Cálmate,
debes tranquilizarte. No sé qué pasa, estaba dando un paseo cuando he notado
que alguien me seguía, después de todo lo que ha pasado he salido
corriendo-echó una mirada a la puerta en la penumbra-me parece que he hecho
bien.
Si ya- debía
controlarse, él era un hombre, no podía perder el control delante de una niña,
y menos dejar que ella llevase toda la iniciativa, eso no estaba bien- De acuerdo,
lo primero conseguir luz.
-Aquí
hay un antiguo farol-dijo recogiéndolo del suelo- ¿Tienes cerillas?
-Si
toma, ella cogió una de ellas, lo encendió y se lo pasó a él-¿Cómo te llamas?
-Liz
-Bien Liz,
sígueme, debemos de seguir a ver si encontramos una salida- Juntos con la luz
por delante se encaminaron en la oscuridad más extrema que jamás hubiesen
visto. El frio se extendía por sus cuerpos, como una sombra que les oprimía el
corazón. Al llegar a un recodo oyeron ruidos, y algo como un deslizamiento. Ambos
jóvenes se miraron, no dijeron nada.
Terrence estuvo a punto de dar la vuelta, pero en su interior pensó: “solo
serán unas ratas”. Al ir al dar la vuelta unas sombras se abalanzaron contra
ellos gritando y esgrimiendo una tubería, Terrence gritó y se protegió con el
farol, que a su vez deslumbró al atacante, que resultó ser un par de vagabundos
sucios e igual de aterrados
-¡Maldición
¡- Gritó Terrence asustad, miró a Liz estaba algo pálida pero nada más- ¿Qué hacéis
aquí?
-Silencio
muchacho, -dijo el más viejo y sucio de los dos, ambos tenían la ropa de un
color indefinible por la suciedad, y olían a alcohol- Hay seres oscuros aquí,
seres que se mueven en las sombras, y que cazan a los débiles.
-Sí,
si-corroboró el compañero, algo más alto y corpulento- Solo encuentran trozos
de gente.
-¿Sabéis
donde está alguna salida?-inquirió Terrence- Algún lugar para volver a la calle
-Bueno…-empezó
a decir el anciano, pero se cayó y miró fijamente
a Liz. Terrence pensó en reprenderle por su falta de modales hacia una dama,
pero algo a espaldas de los hombres captó su atención, dos sombras, u nos ojos,
de un color amarillento que brillaban, como si el fuego saliese de ellos. Antes
de poder decir nada una de ellas se abalanzó sobre el vagabundo anciano, y de
su pecho salió una espada serrada y llena de ´óxido, pero atan afilada que
cortaba el aire. Se la había clavado por detrás, y del pecho empezó a manar la
sangre como una fuente, el hombre no emitió ningún sonido, tan solo puso una
cara de sorpresa y terror. Su amigo en cambió empezó a gritar, como un
lunático, Liz estaba callada, y paralizada, como el propio Terrance, dado que
no podía creer lo que estaba presenciando. El vagabundo perturbado empezó a
correr, golpeando a Terrence en su huida y haciéndole derribar el farol, y
haciendo que este se apagase. Antes de que la luz se desvaneciese consiguió ver
al atacante, desnudo de cintura para arriba, cuerpo normal, y con un saco de
tela en la cabeza, con unos agujeros para los ojos, y unos bordados en ellos de
caras lunáticas en colores vivos. Terrence se agachó recogió el farol y empezó
a correr, seguía los gritos del hombre, se dio cuenta de que había dejado a
Liz, no sabía si estaba viva o muerta….los oyó, estaban por las paredes, oía sus
pies y manos deslizándose por el techo y la paredes, rodeándole, tan cerca que
casi podía sentir sus alientos. Las lágrimas afloraron en sus ojos : “¿Por qué,
por qué?”, pensaba una y otra vez. De repente se notó en una estancia más
grande, mucho más y de súbito los gritos cesaron, como si el vagabundo se
hubiese chocado con algo, jadeó y de repente se oyó un chasquido, y otro golpe,
y otro y otro, y el sonido que produce una sandía al romperse contra el suelo.
Terrence paró de correr aterrado, con el miedo estrangulándole, se puso de rodillas,
y con manos temblorosas empezó a buscar sus cerillas
-No te resistas-Era una voz suave de
mujer
-No eres como ellos-Conocía la voz
Liz…de
repente como una bofetada lo recordó: “no mostró miedo, sabía que esta puerta
tenía cerrojos, sabía dónde estaba el farol, el viejo la reconoció”, “Estúpido,
estúpido”
-Tú te nos unirás, eres uno de nosotros, uno
de nosotros…
Consiguió
coger una cerilla, la encendió, y ante él vio a Liz, desnuda, con los ojos
brillantes como las llamas del infierno, y una sonrisa en la cara casi
maternal, a su alrededor había más “hombre” como los de antes, armados, tapando
sus rostros, y con los ojos brillantes. Se acercaban a él, despacio, muy
despacio. La luz se fue apagando, como la vida misma, poco a poco, dando paso
al frio y a la oscuridad, al olvido
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